
Cuando se vieron por primera vez eran dos desconocidos absolutos, con la mirada fija, observándose, atendiendo a las palabras mientras, por entre sus ojos resumía sus contextos. Los dos sentidos más utilizados para la mayoría de las artes, el oído y la vista, estaban cubiertos de belleza en cada segundo que compartían. Cada uno era espectador silencioso de aquel momento de maestría: musicalizando palabras, danzando gestos, esculpiendo el momento.
Después de una hora, poniendo en veda la intensión de gustarse y echándose encima el tiempo de las huidas, decidieron darse el abrazo que igual era para despedirse que para saludarse, y otros dos sentidos entraron en cada corazón como un vendaval: Sus olores en sus olfatos alborotaron como ciclones al ardor de sus venas y el corazón en desbandada no daba para tanta palpitación. Se sintieron. Y cuando menos lo esperaban estaban abrazándose, calentándose al tacto, con tacto, sutilmente ya se conocían con cuatro de sus sentidos. Se gustaron en todos.
Solo quedaba uno, el íntimo sentido de sus sabores. Y en un momento grandioso, único, impregnados de la belleza, mirándose a los ojos, escuchando el huracán de su respiración, siendo parte del aroma de todo decidieron probarse con sabor de sus bocas. Pero no, el destino tenía algo preparado mucho más complejo para los dos,… o eso pensaron.
Ilustración: A Night to Remember (Teresa Moore)