Convencidos por el temor de que nadie nos creyese, sustrajimos, camino a la tierra más humana, siete mini-estrellas, un mapa constelar y ciertos artilugios para la comunicación a distancia. Podríamos contar lo que vimos, la sabiduría de los habitantes de aquel “otro mundo”, lo inolvidable de cada momento y nadie nos creería porque nadie estaba preparado para la verdad, ni siquiera el capitán Orsell, él único que junto a mi decidimos regresar.
- ¿Cómo vamos a explicarlo capitán? - le preguntaba incesantemente.
- Tendremos que callarlo y guardar el secreto en nuestro recuerdo, así no dejaremos de ser felices como ahora- me contestaba
- Pero si la humanidad necesita saber lo que hemos visto y cambiar así su falta de esperanza.
- La esperanza ya no es lo que era. Tendrías que anunciarlo en la tele, que algún presidente de alguna empresa o partido político viera algo de beneficio para sus intereses, que te apoyara y que, además, creara la necesidad en la gente para que lo pueden creer. Créeme, la humanidad no necesita verdades universales, necesita mentiras cotidianas.
- ¿Cómo vamos a explicarlo capitán? - le preguntaba incesantemente.
- Tendremos que callarlo y guardar el secreto en nuestro recuerdo, así no dejaremos de ser felices como ahora- me contestaba
- Pero si la humanidad necesita saber lo que hemos visto y cambiar así su falta de esperanza.
- La esperanza ya no es lo que era. Tendrías que anunciarlo en la tele, que algún presidente de alguna empresa o partido político viera algo de beneficio para sus intereses, que te apoyara y que, además, creara la necesidad en la gente para que lo pueden creer. Créeme, la humanidad no necesita verdades universales, necesita mentiras cotidianas.
Callé el resto del viaje y ya no meditaba sobre como publicar las verdades, más bien como librarme de los manicomios.