domingo, 31 de enero de 2010

miércoles, 27 de enero de 2010

Calle Flores



Todo lo que aconteció en aquella cálida noche de junio en la calle Flores, juro solemnemente que no fue fruto de mi imaginación siempre voladora. La realidad superó la mejor de las novelas de amor.
Ella revoloteaba en su paseo con un suspiro de flores en la presilla de su vestido marfil, pamela blanca y sandalias de color café. Él presumía galante su nueva chaqueta de cachemira y caminaba a ritmo de piano de cine mudo. Resoplaba elegancia de conde y andares de gánster. En el escaparate de sombreros de la India, iluminado por farolillos de papel, tropezaron la mirada candil de ella y el fuego cálido de sus intenciones de seductor. La noche era quieta, el silencio era testigo, los corazones era un bullicio. Yo estaba sentado encendiendo un humo de misterio apoyado en la farola de la otra acera.

Él la rodeaba con el descaro del pavo real e insinuó un piropo castizo y estudiado. Ella publico en la noche la alegría de una sonrisa seductora y burlona. Valiente como un torero en Las Ventas insistió en acompañarla. Ella no declinó, pero la distancia fue controlada en cada momento. No era una dama, pero quien no juega a serlo en estos tiempos. Anduvieron, calle arriba y luego calle abajo. Calle arriba y calle abajo. Él le contó viajes, aventuras, sueños. Ella se sentía interesada. Y así, durante las primaverales horas de aquella tarde de junio, dos bailarines de calle se cortejaron hasta el amor.

Y fue como a la hora y media, o quizás más, cuando el caballero de cachemira, locura en boca, se arrodilló y le pidió algo que yo no pude oír con claridad. Ella, asombrada y llevándose un par de dedos a la boca en un ademán de sorpresa y timidez, suplico al caballero que volviera en pie. Él insistió hincando ahora su dos rodillas en suelo y suplicando de ella un tesoro. Entendí por el estupor de la dama, que era un beso lo que su pretendido requería. Y fue cuando pasó, un gesto que recordará para sí cada poema de amor que pueda leer en la vida. La señorita quitó su guante de la mano, de su bolso mínimo cogió un pañuelo blanco, lo recuerdo a la perfección, y sin oscilar deslizó el pañuelo con una dulzura de plumas por su cuello, su boca y su corazón. Lo dejó caer en la mano de su caballero y voló calle Flores abajo.

Él levanto, colocó a la perfección su sombrero y bailó, bailó, bailó calle Flores arriba. Yo apagaba mi cigarro.

miércoles, 20 de enero de 2010

Me excito, te amo



Alma mía, te andaba soñando. En esta interminable sensibilidad de esta noche de humo y vino, aquí sentado mirando los recuerdos como si estuvieran en el techo, con un respirar lento y suave de la nostalgia, te ando soñando. Este particular mundo gobernado por cerebro, corazón y sexo se alinean sensitivamente a tu imagen sobre mi, a tu labio sobre mi, a tu gobierno sobre mi. Y te convierto en emoción, tan real como el apetito, y te observo en miles de flashes de la memoria, como una imagen perenne. Me excito, te amo.

Alma mía, mi espalda renueva su energía con un entusiasmo especial y con mi pecho, mis piernas, mi alma, mi cabeza, mi mano, mi sexo. Te adoro, y desde una emoción casi religiosa, te rezo rozando el epicentro del calor. Hay olores a ti, hay olores a mí. Hay imágenes de ojos cerrados que se mezclan con imágenes de mí en ti, y sin tenerte te estoy tocando hasta el alma. Me excito, te amo.

El ritmo de mi corazón aumenta junto con mi extremidad convertida en ti. Hay un silencio de suspiros que desde mi interior, es el silencio esquilmado que precede a la explosión. Mi cuerpo parece dominado por algo irreal pero a la vez tan mío. Aumenta el aire, jadea hasta el tiempo, tu sigues amándome en imágenes eternas, ahora con mayor velocidad, y todo comienza a ser borroso, indefinido. No importa. Comienza el vuelo. Me retuerzo en mí, me fracturo, me emociono, me alcanzo, ¿dónde está el aire?, me exploto, me resisto, me excito, te amo. Me excito, te amo.

Me quedo en la serena respiración de una dulce melancolía. Hay una soledad dividida entre mi cuerpo y mi mente, como si fuéramos dos siendo uno. Te evoco en un solo suspiro. Te recuerdo y me veo cómico, aquí haciéndome el amor acosta de tus sentidos. Y aun abatido me éxito, aun sin tenerte aquí, te amo.

viernes, 15 de enero de 2010

Imagen




Tú, si tú, el de la foto. Tienes una forma algo extraña de creer que te miro. Si acaso, te observo con ojos estudiantes y pensamiento abierto, pero nada más. Me parece enormemente curioso observarte, yo que creo que te sé y te reconozco. Claro, hay algo que es indiscutible: no conoces de tu intimidad, ni de tu interior, ni un tanto como te sé yo. Eres solo pantalla, una especie de ente en 2D que no sabes qué puedes decir a quien te observa.
Si la vanidad es femenina y el egocentrismo masculino puedo llegar a pensar que te debates entre yines y yanes como te disputas entre permanecer inmóvil o agitarte. Eres sorprendentemente parecido a mí, quizás por eso hasta te escribo. No busco criticarte, sé que sabes quién eres y qué te sabes reinventar al igual que el viento suele cambiar su sentido, su forma y su temperatura. Eres más ágil de lo que pareces ahí hecho estatua de flash y píxeles.
Pero me planteas muchas preguntas que yo invento y no me ocupo en contestar. Por eso te extrañará creer que te miro, pero es que yo no puedo mirarte ni intuir como eres o debes ser porque conozco lo que no te veo ahora... quién eres exactamente. Por eso esa sorpresa tan extraña que es verte y conocerse de nuevo con la certeza de que también Tú eres Yo, sin saber a ciencia cierta si te me pareces.