Vivo dentro de una burbuja.
No es una burbuja común de jabón y agua, no, más bien es de un material algo más resistente y que en ocasiones es transparente y en otras no, incluso me atrevo a afirmar que puede cambiar de forma, de textura y de firmeza. Son tan curiosos los distintos comportamientos que produce en mi esta extraña burbuja del cual soy el único habitante. Tengo la sensación de que se crea una especie de efecto invernadero que reproduce en el aire de su interior el resultado de mis emociones más internas. Siento como el aire se llena de calor ante la antipatía, de viento huracanado ante la duda, la amargura o los miedos, de colores y luz cuando me olvido de que estoy en ella. La verdad es que no se vive mal dentro de esta burbuja pero sin embargo mi preocupación básica, claro está, es donde está la realidad, dentro o fuera de ella.
No me gustaría que se confundiera la burbuja donde habito con mi espacio vital del que soy propietario y administrador. Mi espacio vital se puede invadir, compartir o limitar, es decir, se puede observar a un metro a la redonda de mi cuerpo, pero la burbuja de la que hablo es tan variable que es abstracta y, lejos de poder ser compartida o invadida, su única intención es ser el envoltorio de mis emociones. Normalmente lo que tiene de real y particular mi burbuja es que hace de cristal separador entre el escaparate y el observador, entre quien soy y el que mira, entre lo que miro y lo que realmente existe en el exterior.
Y todos tenemos una burbuja como si fuera unas gafas, y todos somos unos escaparate dividido por un cristal y es que no tendríamos personalidad si no tuviésemos nuestra particular, única y variante burbuja. Y hay que procurar saber como es, que necesidades de higiene y reparación tiene, cual es su graduación hacia fuera y hacia dentro, y qué hace que sea única y nuestra. En definitiva, hay que saber cuidar de nuestra burbuja porque si no nos convertimos en miopes sin gafas o escaparates sin cristal. Ciegos y desnudos.
No es una burbuja común de jabón y agua, no, más bien es de un material algo más resistente y que en ocasiones es transparente y en otras no, incluso me atrevo a afirmar que puede cambiar de forma, de textura y de firmeza. Son tan curiosos los distintos comportamientos que produce en mi esta extraña burbuja del cual soy el único habitante. Tengo la sensación de que se crea una especie de efecto invernadero que reproduce en el aire de su interior el resultado de mis emociones más internas. Siento como el aire se llena de calor ante la antipatía, de viento huracanado ante la duda, la amargura o los miedos, de colores y luz cuando me olvido de que estoy en ella. La verdad es que no se vive mal dentro de esta burbuja pero sin embargo mi preocupación básica, claro está, es donde está la realidad, dentro o fuera de ella.
No me gustaría que se confundiera la burbuja donde habito con mi espacio vital del que soy propietario y administrador. Mi espacio vital se puede invadir, compartir o limitar, es decir, se puede observar a un metro a la redonda de mi cuerpo, pero la burbuja de la que hablo es tan variable que es abstracta y, lejos de poder ser compartida o invadida, su única intención es ser el envoltorio de mis emociones. Normalmente lo que tiene de real y particular mi burbuja es que hace de cristal separador entre el escaparate y el observador, entre quien soy y el que mira, entre lo que miro y lo que realmente existe en el exterior.
Y todos tenemos una burbuja como si fuera unas gafas, y todos somos unos escaparate dividido por un cristal y es que no tendríamos personalidad si no tuviésemos nuestra particular, única y variante burbuja. Y hay que procurar saber como es, que necesidades de higiene y reparación tiene, cual es su graduación hacia fuera y hacia dentro, y qué hace que sea única y nuestra. En definitiva, hay que saber cuidar de nuestra burbuja porque si no nos convertimos en miopes sin gafas o escaparates sin cristal. Ciegos y desnudos.
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