El encuentro entre los dos fue corto, quizás fuera eterno en una fotografía, o en la mirada de Él, o en la mejilla de Ella, pero verdaderamente mínimo en sus vidas. En la mía lo recuerdo como un momento de espionaje psicológico. En la estación metro de Argüelles, en el andén que va a Moncloa por la línea 3 (para mí la línea Lavapies), Él se sentaba en un banco con un bolso enorme, de esos que podrían llevar un cadáver sin trocear. Me fijé en él porque puso el bolso en lo que quedaba de banco y yo venía con los pies desgastados de mañana y ya eran las doce de la noche. Era un chico normal, tendría unos 25 años y parecía venir de un largo viaje con ganas de llegar a su casa. No podría opinar sobre su aspecto físico, en realidad no lo observé con tanta atención como a todo lo demás en estos primeros días en Madrid.
Cuando ya tuve el pensamiento en “desconexión” típica de ir en metro (“ La Tontería del Subsuelo”) , en el otro andén se detenía el metro con destino a Legazpi. Iba casi vacío, todos los pasajeros iban sentados (habría que ver el mismo vagón al las 9 de la mañana) . Justo al frente del chico y en perfecta perspectiva para mis ojos, atentos a cualquier situación (son esos primeros días en Madrid, ya se sabe) , un chica del tren liberaba su pelo de la carga del moño mientras, desabrochaba el primer botón de su chaqueta-uniforme. Se le notaba que para sacarse el curro de la cara aún tenía que llegar al agua del grifo del su lavamanos, de donde salió esta mañana llena de coloretes y energía. Era muy guapa. Sin embargo, ese sutil movimiento de manos y pelo, junto con la liberación de un botón, no dejo indiferente a ninguno de nosotros dos. Al dueño del único dueño del banco y a un servidor. Fue un acto de belleza en un trasfondo ambiental mas bien desolador. Observé al chico, estaba clavado con la mirada en busca de la suya, tan fija que podría haberme llevado el bolso, con toda su magnitud, y no se hubiera dado cuenta. (En realidad no quería el bolso, quería sentarme). Note que la estudiaba mientras ejecutaba una postura, que posiblemente también hubiera estudiado, de intereses desinteresados. Cuando ya volví la mirada hacia ella ocurrió, Ella clavaba sus ojos en Él como un águila vigilando a un cervatillo. Y entonces ocurrió... lentamente pero ocurrio.
Durante varios segundos, eternos para ellos (supongo) y una mezcla de fotografías, músicas de sinfónica y un plano secuencia para mi, se dijeron tantos verbos, se plantearon tantas situaciones, se reconocieron en la nada y se miraron a su mismo espejo del deseo. (Me acorde de Medem). Cuando la tensión aumentó los dos retiraron la mirada, buscando un punto cualquiera donde poder expulsar una sonrisa. Sonrisa y mejillas sonrojadas por parte de Ella, búsqueda de objetos insulsos en el suelo por parte de Él.
Sonó el pitido de “ey peña, que cerramos la puerta del metro, corre si quieres entrar, no te vayas a perder cinco minutos de tu vida” (básicamente hasta que llegue otro metro). Yo aún andaba recopilando datos y me reconstruía en cinemascope toda aquella escena, aquel movimiento de liberación del pelo, la distancia entre andén y el metro, el chico entregado, la chica emocionada. Cerraron las puertas del metro y ellos se volvieron a encontrar, conteniendo la sonrisa. Tímidos. Conquistadores.
Y ahora venía el mejor momento para mí, el peor para ellos. La huída del tren, ese plano final, tan lentamente, con ese costoso arrancar que tienen, que ya de por sí es un “cámara lenta”. Y yo componiendo y descomponiendo la música y hasta una niebla densa introduje a la secuencia para añadirle algo de Orson Welles. Ellos se miraron hasta que les alcanzó la vista y en un último momento, casi pude observar (no estoy muy seguro) un momento espectacular, divino, grandioso,... Ella levanto su mano, agarrada a su traba todavía, con cara de sonrisa y de falta de un chorro de agua fría y se despidió. Simplemente se despidió de aquel desconocido. Él simplemente la vio alejarse mientras sonreía. (Despídela tío, por favor, levanta tu la mano también... qué poco arte).
Cuando Él cambio de punto de vista, justo la terminó en la mía, aún viendo el tren sumergirse en la oscuridad. Me puse nervioso, sentí la vergüenza del que pillan en asunto ajeno y simplemente sonreí. Ese chico, que para mí era el héroe de ese pedazo de mi película, me miró y me dijo en esas pocas palabras que utilizamos los hombre para decir una chorradas que entenderíamos ya con un gesto: “pedazo de tía, no?”. Encima utilizó un acento desagradable, de ningún lugar, más bien como de una película de Chuck Norris, la voz del malo, por supuesto.
Que horror, que final más pésimo para un relato tan simple y lleno de belleza. Mi protagonista femenina sola y en la oscuridad del túnel, quien sabe, en mi guión enamorada y mi héroe con un problema de identidad galán. ¿Y si en realidad no ocurrió nada de lo que imaginé y simplemente sentí esa falta de amor entre las personas, tan palpable bajo tierra, y lo inventé para soñar despierto? Como en el cine. Quizás simplemente es tarde y ya la cabeza no es la misma.Llega el tren con destino Moncloa, vuelvo a La Tontería del Subsuelo.
Cuando ya tuve el pensamiento en “desconexión” típica de ir en metro (“ La Tontería del Subsuelo”) , en el otro andén se detenía el metro con destino a Legazpi. Iba casi vacío, todos los pasajeros iban sentados (habría que ver el mismo vagón al las 9 de la mañana) . Justo al frente del chico y en perfecta perspectiva para mis ojos, atentos a cualquier situación (son esos primeros días en Madrid, ya se sabe) , un chica del tren liberaba su pelo de la carga del moño mientras, desabrochaba el primer botón de su chaqueta-uniforme. Se le notaba que para sacarse el curro de la cara aún tenía que llegar al agua del grifo del su lavamanos, de donde salió esta mañana llena de coloretes y energía. Era muy guapa. Sin embargo, ese sutil movimiento de manos y pelo, junto con la liberación de un botón, no dejo indiferente a ninguno de nosotros dos. Al dueño del único dueño del banco y a un servidor. Fue un acto de belleza en un trasfondo ambiental mas bien desolador. Observé al chico, estaba clavado con la mirada en busca de la suya, tan fija que podría haberme llevado el bolso, con toda su magnitud, y no se hubiera dado cuenta. (En realidad no quería el bolso, quería sentarme). Note que la estudiaba mientras ejecutaba una postura, que posiblemente también hubiera estudiado, de intereses desinteresados. Cuando ya volví la mirada hacia ella ocurrió, Ella clavaba sus ojos en Él como un águila vigilando a un cervatillo. Y entonces ocurrió... lentamente pero ocurrio.
Durante varios segundos, eternos para ellos (supongo) y una mezcla de fotografías, músicas de sinfónica y un plano secuencia para mi, se dijeron tantos verbos, se plantearon tantas situaciones, se reconocieron en la nada y se miraron a su mismo espejo del deseo. (Me acorde de Medem). Cuando la tensión aumentó los dos retiraron la mirada, buscando un punto cualquiera donde poder expulsar una sonrisa. Sonrisa y mejillas sonrojadas por parte de Ella, búsqueda de objetos insulsos en el suelo por parte de Él.
Sonó el pitido de “ey peña, que cerramos la puerta del metro, corre si quieres entrar, no te vayas a perder cinco minutos de tu vida” (básicamente hasta que llegue otro metro). Yo aún andaba recopilando datos y me reconstruía en cinemascope toda aquella escena, aquel movimiento de liberación del pelo, la distancia entre andén y el metro, el chico entregado, la chica emocionada. Cerraron las puertas del metro y ellos se volvieron a encontrar, conteniendo la sonrisa. Tímidos. Conquistadores.
Y ahora venía el mejor momento para mí, el peor para ellos. La huída del tren, ese plano final, tan lentamente, con ese costoso arrancar que tienen, que ya de por sí es un “cámara lenta”. Y yo componiendo y descomponiendo la música y hasta una niebla densa introduje a la secuencia para añadirle algo de Orson Welles. Ellos se miraron hasta que les alcanzó la vista y en un último momento, casi pude observar (no estoy muy seguro) un momento espectacular, divino, grandioso,... Ella levanto su mano, agarrada a su traba todavía, con cara de sonrisa y de falta de un chorro de agua fría y se despidió. Simplemente se despidió de aquel desconocido. Él simplemente la vio alejarse mientras sonreía. (Despídela tío, por favor, levanta tu la mano también... qué poco arte).
Cuando Él cambio de punto de vista, justo la terminó en la mía, aún viendo el tren sumergirse en la oscuridad. Me puse nervioso, sentí la vergüenza del que pillan en asunto ajeno y simplemente sonreí. Ese chico, que para mí era el héroe de ese pedazo de mi película, me miró y me dijo en esas pocas palabras que utilizamos los hombre para decir una chorradas que entenderíamos ya con un gesto: “pedazo de tía, no?”. Encima utilizó un acento desagradable, de ningún lugar, más bien como de una película de Chuck Norris, la voz del malo, por supuesto.
Que horror, que final más pésimo para un relato tan simple y lleno de belleza. Mi protagonista femenina sola y en la oscuridad del túnel, quien sabe, en mi guión enamorada y mi héroe con un problema de identidad galán. ¿Y si en realidad no ocurrió nada de lo que imaginé y simplemente sentí esa falta de amor entre las personas, tan palpable bajo tierra, y lo inventé para soñar despierto? Como en el cine. Quizás simplemente es tarde y ya la cabeza no es la misma.Llega el tren con destino Moncloa, vuelvo a La Tontería del Subsuelo.
Foto: Internet (se titula "principio"... no se más)
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