miércoles, 3 de septiembre de 2008
Sajhadin
“Cruzaré el desierto en busca del gran oasis de Omar Yijub, cogeré sus tesoros escondidos, y volverá por donde he venido”, fueron las últimas palabras que escribió en su diario y no sabe hasta qué punto se desacreditó.
En la difícil colina de las 4 de la tarde en el desierto de Ogaden, el intrépido y extravagante Sajhadin, decrepito, desaguado y casi moribundo, vigilaba la danza triste de decenas de buitres que se agrupaban en masa sobre su cabeza. Recordaba el momento en el que partía desde tierras de Yibuti, aquellos amaneceres sobre Yemen, la quietud estática del Mar Rojo y de como consiguió tres piedras simbólicas que había recopilado en distintos lugares de la costa. A esos amuletos espontáneos atribuyó, el bueno y siempre supersticioso Sajhadin, un significado y una condición mágica para que no le abandonara la suerte en su peligroso y definitivo viaje.
A la primera piedra, de color rojizo teja con pequeños lunares plateados, la llamo Inía y le proporcionó la facultad de salvaguardar su espalda, protegiéndose del peligro de allí de donde ya no podía mirar y que en la memoria de lo que dejara atrás encontrara las respuestas de las posibles dificultades. A la segunda, Numnes, tan verde como la esmeralda pero pigmentada de vegetal, le concedió el poder de proteger allí donde pisarán sus pies. El temor a las trampas que podría encontrar o simplemente el pisar el infortunio, en forma de serpientes, de tierras movedizas o de escorpiones, era una de sus grandes preocupaciones para su andar. La última de las piedras, blanca como la nata y la de mayor tamaño, a la que denomino Zajmal , protegía el frente de su camino porque sintió desde un principio que era una gran iedra escudo. Este ritual era siempre el punto de partida de todos sus viajes y aventuras y le otorgaba una determinación tal, que no hubo montaña, ni mina, ni aventura que no emprendiera con toda confianza.
Pero Sajhadin, mientras yacía poco a poco en brazos de la muerte, hambriento, sediento, perdido en medio de la nada, se convencía que su buena suerte había cambiado, buscaba en su propia desesperación una explicación al error garrafal que no supo otorgar en su bruja alquimia de conjuros y pedruscos. Se lo repetía hinchado de dolor. Podría haber cogido otra piedra, una piedrita más, la piedra que le sirviera de guía, de brújula, o mismamente ¡una brújula en sí!. Porque después de 10 días vagando, confiado es sus talismanes, sin las preocupaciones por lo que vendrá, olvidándose de lo que dejaba atrás y confiado del lugar donde pisaba, no entendió lo crucial e importante de saber hacia dónde se dirigía.
Fue un día de suerte para los buitres, sin duda.
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2 comentarios:
A veces caminar a ciegas también es una suerte de viaje!
No podemos protegernos de todo y solo vemos el presente, el día que hoy caminamos.
El mañana es una neblina densa pero que podemos hacer además de caminar?
Creo que el protagonista sabía eso! lo que nos depara el futuro es solo una quimera.
La muerte vence también a los buitres!
Un abrazo, gigante!
Nares.
ole
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