miércoles, 18 de junio de 2008

Naufragio



Descampada la tormenta, uno de los pocos supervivientes del Esperanza, tiritaba consumido por el frío hiriente de las noches de pleamar atlántica. Su ropa empapada y sus cuatro horas de tormentoso naufragio agudizaba sin piedad la piel, su cabeza, sus pensamientos. Cadáveres hinchados y morados, silenciados de expiración, chocaban con la popa del bote salvavidas dando a la oscuridad sonidos amargados. La impotencia dolía a los vivos, el frío a los muertos.
De repente, de la nada, de la oscuridad, un susurro intermitente rompió en la noche. Un quejido moribundo, casi animal rogaba por aliento en la oscuridad. El cuerpo de un hombre abatido y vestido con medio frac se revolvía sobre un trozo de tablón que flotaba a duras penas, sorteando olas irregulares vacilando su hundimiento. A la balsa improvisada el hombre sujetaba su vida con la mano izquierda y en la derecha un trozo de papel arrugado, al que incluso apretaba más. Los supervivientes de la balsa, con las fuerzas al mínimo pudieron acercarse al moribundo naufragado. Al alcanzarle la mano salvadora de bote salvavidas, el débil capitan de aquella tabla solo acierta, con las fuerzas justas, a entregar el trozo de papel con un manuscrito.
Y sin alma ni corazón, aquel hombre con un último suspiro se hundió sobre el tablón y la deriva.
La noche impedía ver con claridad la nota que había dejado aquella alma ahogada. Pero a la débil luz que dejaba la hermosa luna de aquella noche terrífica pudieron revelar las palabras del naufragado.

“Vida,
así en el cielo como en tus labios,
santificado sea cada momento que te debo.
Soñando espero el calor que interrumpimos,
dejarnos llevar mientras remontamos el vuelo.
Te quiero .”


-¿No esta firmado? – reaccionó una señora mayor que tiritaba bajo un manta. Algunos se extrañaron de la pregunta en tan dantesco lugar.
- No – contestó el lector, que no dudo guardar la nota.

Quizás hubo dos amantes que esta noche se han perdido por los juegos fatales del azar y el albedrío, pero siempre queda el bello gesto de dejar fe de que existió su amor. Para eso solo queda una posibilidad: intentar convertirla en Belleza, en Arte, en palabras que perduren.


Imagen: El Naufragio de "La Esperanza" Entre los Hielos. 1824 Caspar David Friedrich

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