jueves, 17 de julio de 2008

Las Hermanas Valcerillas

Lo más curioso de las solteronas y extravagantes hermanas Valcerillas, no era los 70 años de convivencia en una misma casa, ni sus atuendos retro-moderno entre lo ye-ye de antaño y la vieja pulcritud religiosa, y mucho menos que tuvieran esa similitud exacta, sin ser gemelas, de sus permanentes y tintes, como si tuviera la misma peluca siempre. Lo que más impresionaba de las Vacerillas era su gran capacidad para hablar ininterrumpidamente y de forma prodigiosa no decir absolutamente nada. Aclaro, lo decía todo el pueblo.

El fenómeno siempre me interesó. Estas virtuosas de las cuerdas vocales pronunciaban, allí donde fueren, miles y miles de historias, comentarios, sugerencias, discursos y criticas. El asunto es que lo hacia las dos a la vez, superponiéndose la una a la otra, preguntándose y contestando al unísono, a veces con palabras imposibles, verdaderos chismes de salón. Impresionante. Y siempre a una tercera persona que no podía hacer otra cosa que ser El espectador de tal espectáculo. Creerán que estoy loco, pero juro que más de una vez llegaron a realizar verdaderas armonías corales que ni el mismísimo Vivaldi.

Pero un día las hermanas Angustias y Dolores Valcerillas, sin pretenderlo, me enseñaron algo que ya no olvidé jamás.
Por un asunto que no logro a recordar, tuve que acercarme una tarde a la casa de las hermanas. Ellas, amables como ninguna y en busca de una víctima para una de sus charlas, me invitaron a un café que creo que no llegué a tomar. Durante unos largos 40 minutos aquellas virtuosas de la palabra hablaban y hablaban sobre no sé qué de un etarra que estaba en la cárcel. Creo, ya digo. Primero intentaban hablar conmigo pero luego note que se hablaban una a la otra como si yo no existiera. Luego de pensar un poco en la situación y sin motivo aparente, ni riesgo innecesario, para abrir la boca llegue a una revelación que verdaderamente me sorprendió. Y justo en sus caras arrugadas y con una voz pavorosa les grite:

-¡ESTAIS SORDAAAAAS!

Y efectivamente, al no tener ningún tipo de respuesta descubrí el extraño secreto de las Valcerillas.
Cuando regresaba a mi casa, dejando a las sordas cotorras cotorreando, pensé en una verdad que siempre recordaré:

Lo importante no es hablar mucho, lo primordial es escuchar lo mejor posible.

2 comentarios:

albert dijo...

me gusta el cuento, aunque la moraleja no me convence (por forma, no por contenido)

dale albertito

Anónimo dijo...

Diré dos cosas:

1.- la descripción me recuerda tanto a las Marías de Santiago de Compostela que me han parecido hasta conocidas y entrañables.

2.- "Si tenemos dos orejas y una boca es para escuchar el doble de lo que hablamos...."

BE.